sábado, 29 de marzo de 2008

Presentación en el Templo

Moisés había enseñado a los judíos que todos los hijos primogénitos pertenecían al Señor, y que, en lugar de su sacrificio tal cual se acostumbraba entre las naciones paganas, ese hijo primogénito podría vivir, siempre y cuando sus padres lo redimieran mediante el pago de cinco siclos a un sacerdote autorizado. También existía una reglamentación mosaica que mandaba que la madre, después de cierto periodo e tiempo , se presentara ( o alguien hiciera el sacrificio correspondiente en su nombre) en el templo para purificarse. Era costumbre efectuar ambas ceremonias al mismo tiempo. Por consiguiente José y María fueron al templo de Jerusalén en persona para presentar a Jesús a los sacerdotes para su redención y hacer a la vez el sacrificio apropiado para asegurar la purificación de María de a supuesta suciedad del alumbramiento.
En las cortes del templo se encontraban con frecuencia dos personajes notables:
Simeón el cantor, y Ana, una poetisa. Simeón era de Judea, pero Ana era de Galilea.
Casi siempre estaban juntos, y ambos eran íntimos amigos del sacerdote Zacarías, quien les había confiado el secreto de Juan y de Jesús. Tanto Simeón como Ana anhelaban presenciar la llegada del Mesías, y su confianza en Zacarías los llevó a creer que Jesús fuese el esperado liberador de los judíos.
Zacarías sabía que día vendría la familia al templo y prometió indicar al cantor y la poetisa, mediante un gesto especial de saludo con la mano en la procesión de niños primogénitos, cual era Jesús.
Para esta ocasión Ana escribió un poema que Simeón cantó, para sorpresa de la familia y de todos los que se encontraban reunidos en los patios del templo. Éste fue su himno de redención del hijo primogénito:
Benito sea el Señor, Dios de Israel
Porque nos ha visitado y ha traído redención a su pueblo;
Arrojando un ancla de salvación para todos
En la casa de su siervo David.
Así como habló por boca de sus santos profetas
-Salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos odian;
Para mostrar su misericordia a nuestros progenitores y recordar el santo pacto-
Juramento que hizo a Abraham nuestro padre
Otorgándonos la dádiva de la liberación de nuestros enemigos para que podamos
Servirle sin temores,
En santidad y rectitud delante de él, todos nuestros días.
Y tú niño prometido, te llamarás el Profeta del Altísimo
Porque irás delante de la presencia del Señor para restablecer su reino
Para dar conocimiento de salvación a su pueblo
En la remisión d sus pecados
Regocijaos en la tierna misericordia de nuestro Dios porque nos visitó desde lo alto la aurora
Para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte
Para encaminar nuestros pies por caminos de paz
Dejad, oh Señor, que éste tu siervo se aleje en paz, de acuerdo con tus palabras
Porque mis ojos han contemplado la salvación
Que tú has preparado delante del rostro de todos los pueblos
Luz resplandeciente para esclarecimiento aun de gentiles
Y para la gloria de tu pueblo de Israel.


Camino de vuelta a Belén, José y María permanecieron silenciosos -confundidos y sin aliento. María estaba turbada por las palabras de despedida de Ana, la anciana poetisa , José no aprobaba este esfuerzo prematuro por hacer de Jesús el Mesías ansiado del pueblo judío..


La misma historia. La misma gran historia. El mismo milagro. Pero así es como yo la siento… aunque en nada cambiaría si fuera de otro modo.

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